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TOMARE UN CAFE LARGO

Esta es otra pequeña historia que escribí para un trabajo de la universidad, la verdad que estoy muy orgulloso de ella. Es un poco extenso (4 paginas del word) si no os da pereza leerlo... trata de los malos tratos. Espero que os guste.

Tomaré un café largo, sin azúcar, en taza de cortado si puede ser, por favor. Esas fueron sus palabras, cordiales pero retraídas, como cada mañana desde ya hace un par de años. Casi se había convertido en un ritual, siempre en la misma mesa, siempre dando la espalda a la poca clientela que allí se establecía, siempre con la misma taza de café enfrente. Contadas veces había reclamado algo para saciar su apetito, y cuando así lo hacia solía dejarse más de un tercio de magdalena sobre el plato.

Llevaba desde el primer día examinando aquella muchacha de faz angelical. Por aquella época todavía le quedaba algún resto de sonrisa en su rostro, pero día a día la había ido perdiendo. Siempre tenia aspecto cansado, con ojeras, como si no pudiera conciliar el sueño durante la noche, como si algo le atormentara y le perjudicara su descanso nocturno, que más que descanso seguramente era un infierno. Sus ojos eran oscuros e inmensos. Si los mirabas directamente parecían engullirte. Eran como dos puñales que te atravesaban, que perforaban todo lo que se interponía en su camino. Su pelo parecía cortado en un arrebato de ira, lo lleva mal peinado, y todo despuntado. Siempre me fijé en sus manos, normalmente manchadas de lápiz o algo similar, con unos dedos estrechos y huesudos y de aspecto muy frágil. Su rostro de niñita no encajaba en absoluto con aquel cuerpo de mujer, pubescente, y bien desarrollado. Apenas se notaba su figura a través de los atuendos que portaba, poco aseados y algo roídos, pero vestidos con estilo.

Cada mañana, a eso de las once, unos minutos antes de descubrir su silueta tras la puerta, yo ya le tenia apunto su “bomba despertador” bajo la barra. A pesar de saber lo que consumiría, yo me aproximaba a ella por detrás, como si de un nuevo cliente se tratase, deseando que me sorprendiera alguna mañana demandándome algo diferente. Pero no había forma. Siempre café largo, sin azúcar, en taza de cortado si puede ser, por favor.

A pesar de estar ya habituada a aquel intenso sabor amargo del café, sus gestos y su lentitud daban la sensación que le producía grima consumirlo. Se demoraba algo más de tres cuartos de hora, sorbo a sorbo, hasta llegar a dejar el poso de aquel café al fondo de la taza. Seguramente a los quince o veinte minutos, aquella taza estaba álgida, esperando a que algún estomago valiente lograra acabarse aquella sustancia casi imposible de ingerir. Mientras tanto solía leer algún libro. Jamás pude identificar ninguno de los que trajo durante todo este tiempo, que fueron varios, en el interior de su bolsito de tipo hippie, ya que tenía la costumbre de cubrir su exterior, no sé si fruto de su timidez tan y tan acentuada, que la llevaba a límites impensables, o simplemente para protegerlo de las rozaduras para que no envejeciera con el tiempo.

Cuando no leía solía dibujar. Alguna vez había ojeado alguno de sus dibujos sin ella percatarse, y parecían mujeres desvestidas, como si hubieran posado para ella en algún momento y tuviera el deseo de finalizarlos cuanto antes, ya que utilizaba el lápiz, o algo similar, de forma rápida y agresiva. Quizás el hecho de que siempre aparecieran mujeres desnudas en sus dibujos corrobora los rumores que corren sobre sus preferencias sexuales, aunque yo no me atrevería a decir tanto, ni a juzgar con quien se acuesta y con quien se deja de acostar. Quizás solo sea un hecho artístico y se deleita dibujando solo figuras humanas femeninas.

Después de acabarse el café solía sacar de una bolsita de punto del interior de su bolso, y de ella extraía una bolsita de plástico en el interior del cual llevaba marihuana. Ésta la mezclaba con alguno de sus cigarrillos y lo volvía a liar para fumárselo. Parecía adicta a esa sustancia. Al principio disimulaba e intentaba ocultarlo, cosa que nunca consiguió por culpa del intenso olor que producía aquel cigarrillo perfectamente liado. Nunca me atreví a decirle nada, a pesar de estar prohibido y de los mosqueos de mi jefe cuando ella lo hacia.


Parecía una chica bastante nerviosa e inquieta, casi no le quedaban dedos. Siempre estaba atareada con algo. Tenia la costumbre de no tener los pies sobre el suelo, solía encogerse sobre si misma colocando los pies debajo de su trasero, o en cualquier otro lugar, pero jamás sobre el suelo. Siempre venia acompañada con una fiel seguidora tras de sí, vestida de negro, posada en el suelo, siempre al compás de sus andares y agarrada a sus pies, cual bebé al pecho que le alimenta. Creo que ella era su única compañía, a parte de aquella desmesurada carpeta donde atesoraba sus dibujos y que siempre portaba con ella.

A pesar de visitarme diariamente jamás me dirigió palabra alguna salvo cuando le preguntaba que iba a consumir. Quizás mi semblante jamás le inspiró confianza. Siempre me pregunto si me ojeaba con desprecio, o era la expresión de su faz. A veces pienso ¿que seria de mí sin su visita matinal?

Todavía recuerdo, como si hubiera sucedido hace pocas horas, el primer día en que esa muchacha entró en el local, donde todavía no estaban fundidos ni la mitad de los fluorescentes. Recuerdo aquel día perfectamente, yo hacia pocas semanas que había empezado a salir con Mayte, aunque ya teníamos serios problemas. Bueno en realidad los tenía ella conmigo.

Mayte y yo empezamos a tratar en uno de los locales de moda de aquella época, una calurosa noche de un sábado cualquiera, hará alrededor de seis años. Nos conocimos gracias a un amigo común. Recuerdo su primera mirada, unida a una intensa sonrisa que me deslumbró por momentos. Sus ojos eran oscuros e inmensos. Si los mirabas directamente parecían engullirte. Eran como dos puñales que te atravesaban, que perforaban todo lo que se interponía en su camino. Lucia una larga melena de color carbón, con cada mechón perfectamente ordenado y colocado, de tal manera que cada uno parecía adiestrado para formar esa cabellera perfecta. Me gustaba casi todo de ella, menos un pequeño detalle: sus manos. Veías sus dedos estrechos y huesudos y con esas uñas todas mordidas y despellejadas… Apenas le quedaban dedos para morder. La verdad que no pegaban nada con el resto de su cuerpo, parecían de otra persona.

Después de aquella larga noche inundada de whiskey, no se de que forma, acabamos entre mis sabanas, pero antes de empezar a sudar juntos, apoyado en mi mesita de noche de roble, tuve una visión aérea de una playa en calma, en la cual la mar depositaba la espuma de sus olas en una línea blanca continua. En pocos instantes la hice desaparecer con un pequeño cilindro de metal, aspirando con ansia.

Al día siguiente cuando aterricé de mis sueños a media tarde, y pude abrir mis parpados, mi visión se nubló, y se desplazaba de derecha a izquierda, tambaleándose como un navío en medio de la inmensidad en un día de tormenta. Pocos segundos después se me pasó y conseguí ver con normalidad a pesar de mi intenso dolor de sesera. Desplacé la mirada a un lado y estaba ella dormida, con una de sus manos por debajo de mi pecho y completamente desnuda. Me intrigué por saber que había ocurrido aquella noche, aunque fue fácil deducirlo. Me levanté de la cama aturdido, me recliné unos segundos en la pared hasta recobrar el equilibrio y me dirigí a la cocina a picar algo y a beber agua. Casi acabo con una botella de litro y medio de ese liquido transparente sin alcohol que había en la nevera, pero cuando quedaba menos de la mitad, la botella se me deslizo entre mis manos y dejé el suelo empapado. Ya lo fregaré, pensé. Fui de nuevo a la habitación y me vestí. Me aseguré de que Mayte estaba aun dormida, y le escribí una nota ya que no tenía ganas de hablar con ella después de aquella noche tan movida.

“Buenos días Mayte, espero que te encuentres bien. Lo siento pero he tenido que salir. Si quieres comer algo sírvete tu misma, hay algo en la nevera. Cuando salgas cierra con la llave que te dejo en la mesita de la entrada y luego la metes en el buzón. Ya nos veremos. Besos.”

La verdad que recordaba poco de aquella noche, y lo poco que recordé me lo pasé en grande. Yo lo único que pensé fue que era otra chica para apuntar en la lista de entre mis sabanas, pero estaba algo equivocado. Yo jamás me planteé estar con una chica de manera seria o formal, ya que me veía negado para querer a alguien y serle fiel. Cuando conocía alguien del sexo opuesto que me atrajera, me las ingeniaba de mil maneras para hacerme el romántico, llevarla a mi casa a cenar y tomar unas copas de cava. Montaba todo ese pariré para lo que venia después. Yo me aburría en las cenas, aunque me hacia el simpático ya que lo bueno se hacia esperar. Siempre me hablaban de sus ex novios y todos los líos amorosos que tienen las mujeres y que yo encontraba ridículos. Después de toda mi actuación tras la cena y una breve charla, la invitaba al sofá, con una última copa de cava entre las manos, y entre risas, me acercaba y llegaba lo que tanto me gustaba y lo que esperaba con tanta ansia durante .toda la cita.

En fin que yo no estaba hecho para querer. Al menos eso pensaba, pero al poco tiempo de conocer a Mayte fuimos entablando algo más que una buena amistad. La verdad que compenetramos muy bien, me reía mucho con ella, era una chica atractiva y simpática, ¿que más podía pedir? A diferencia de ella yo no esta enamorado en absoluto. Ella ya me conocía de vista, y me dijo nuestro amigo común que yo le atraía mucho, y que deseaba como nada poder conocerme. Contaba que era como su amor platónico, y que haría lo que fuese con tal de conseguirme, a pesar de no conocerme siquiera. Pasado un tiempo, sin meditarlo a penas, y fruto de una gran confusión, empezamos a salir más o menos en serio, aunque no era lo que yo quería. Yo prefería ser libre, como las abejas, picando de flor en flor y saboreando la miel de cada una de ellas. Pensé que lo nuestro duraría poco, pero por una cosa o por otra empezó a pasar el tiempo y seguimos juntos. Todo esto fue al principio, y poco a poco, el aspecto de Mayte fue cambiando. La verdad que no se muy bien porque, estaría deprimida, o quizás era la regla. Tampoco me importaba mucho. A las pocas semanas empecé a encontrarla menos atractiva que antes. Quizás por su faz cansada, o por sus ojeras cada vez más exageradas. No solo su rostro empezó a desmejorar, si no que también empezó a cuidarse poco. Dejó de maquillarse, de salir con sus amigas. Dejó de despreocuparse por aquella larga melena negra y brillante, para convertirse con el tiempo en un estropajo sucio, enredado y todo despuntado. Cuando le entraba algún arrebato de ira, para desahogarse, se cortaba ella misma el pelo con unas tijeras de cocina. Yo estaba bastante extrañado, creía que era feliz con todo lo que le daba, pero algo me decía que la cosa iba mal. Incluso cambió sus prendas ajustadas y modernas por otros trapos, estampados o a rayas, algo anchos y bastante roídos.

Poco a poco empecé a sentir una sensación extraña. Yo no la quería, eso lo tenía bastante claro, pero tampoco quería verme solo, sin una sirvienta a mi disposición a la cual podía tocarle la entrepierna cuando me viniera en gana.

Su forma de ser cambió radicalmente. Era una chica muy extrovertida a la cual le encantaba salir. Al principio ella se iba de vez en cuando con sus compañeras de la facultad, de las que yo conocía un par de ellas solamente, pero poco a poco dejó de salir. No se si le apetecía pero tampoco me importaba, ni siquiera le preguntaba, aunque quisiera, tenia que quedarse en casa esperando mi llegada. Simplemente antes de ahuyentarme con mis compañeros de trabajo a inundarnos de copas, desconectaba los teléfonos, y la encerraba con llave. Después mil y un tragos, y cuando ya veíamos al camarero triplicado, nos disipábamos cada uno hacia su domicilio por la oscura y solitaria urbe. Una vez en la puerta de casa, y después de conseguir introducir la llave en la cerradura, sentía el calor de mi lar. Una vez dentro y después de conseguir por fin encontrar el interruptor desde el suelo, y desprendiendo un olor intenso a coñac, me dirigía a la habitación y despertaba a Mayte. Nunca supe porque lo hacia, pero necesitaba desahogarme y ella no se quejaba mucho, por lo menos yo no la oía. Yo jamás le puse una mano encima, a no ser que se lo mereciera o me apeteciera descargar mi ira. Después de observar la escena, en la que estaba ella arrinconada y atemorizada, y yo acariciando todo su cuerpo con “gran ternura”, me arrodillaba junto a ella y pensaba: pobre, no se lo merece. Le suplicaba a los 4 vientos su perdón, y le juraba y perjuraba que nunca más volvería a pasar. Finalmente ella asentía con la cabeza, con la mirada baja, y con un pequeño arañazo en su mejilla. No se si fruto de su temor, o porque había conseguido convencerla. La verdad que tenía buenas manos para convencerla. Una vez bajo las sabanas, le preguntaba si iría a verme mañana por la mañana al trabajo, y me contestó con un no rotundo, como cada noche después de la escena descrita. Poco me costaba hacerla cambiar de opinión, ya que era de fácil manipulación, como un juguetito en mis manos. Me hacía el blando, le daba cuatro mimitos, y le decía algo así como - entiendo que estés enfadada conmigo cariño, no volverá a pasar, lo juro. Pero baja a verme, te sientas en tu mesa, desayunas allí, y si quieres no me dirijas la palabra, lo entenderé, pero quiero tenerte controlada en el bar, si no ya sabes lo que toca - . Ella, con cara asustada por las amenazas, volvió a asentir con la cabeza, como si aquella noche fuera a ser la última. Finalmente le daba las buenas noches, un beso en la mejilla y el ambiente se volvía oscuro por el interruptor. Mi cabeza daba vueltas como una peonza, todavía, por el coñac consumido en aquel antro. El silencio inundaba la habitación a pesar de sentir su respiración acelerada, yo cerraba mis párpados y en pocos minutos las sabanas me engullían.

A las diez del día siguiente me esperaban tras la barra, como cada mañana. Veinte minutos antes me despegaba de la cama, me daba una ducha rápida, me ponía cualquier cosa que encontrara por la habitación y me dirigía velozmente hacia el local. Una vez allí, recibía a la clientela habitual, servía amablemente, y charlaba con los amigos que venían, como cualquier mañana. A eso de las 11, ya estaba preparado para mi visita matinal de Mayte, a pesar de que no me hablara, me sentía bien porqué la tenia controlada. Empezaba a preparar su café, y justo al terminarlo aparecía ella por la puerta, con su inmensa carpeta donde depositaba sus dibujos de mujeres desnudas, con su bolsito de tipo hippie con algún libro para leer junto con sus pertenencias, para ir después a la facultad. Notaba su mirada de reojo al entrar, pero yo seguía fregando las cucharillas de café. Se sentaba en su lugar habitual, dando la espalda a la poca clientela que allí se establecía. Me dirigía hacia ella por su espalda, como si de un nuevo cliente se tratase y amablemente vocalizaba: - Buenos días, ¿qué va a tomar?- . - Tomaré un café largo, sin azúcar, en taza de cortado si puede ser, por favor –

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